Cofradía de la Santa Tortilla por Víctor Amela

   

Una noche de los años 90, en un programa de televisión, el periodista Ramon Miravitlles entrevistaba a Néstor Luján, brillantísimo y cultísimo escritor y cronista gastronómico. El periodista invitaba al gran Néstor Luján a degustar ante las cámaras una tortilla recién hecha según sus propias indicaciones. Recuerdo que cada bocado de tortilla se deshacía en la boca de Néstor Luján, que la paladeaba con delectación. Ponderaba, casi en éxtasis, su viscosidad ”babeuse”, mientras un hilillo untuoso de huevo se escurría por la comisura de los labios. Se me hizo la boca agua. Ver gozar con tan detallada y sibaríticamente a Luján en sensual coyunda con su tortilla me hizo tortillófilo para los restos. Ponme una tortilla y detonará aquella expectacción de placer. El placer es una tortilla bien hecha, sabrosa, jugosa, mórbida, cálida como el pecho de una madre, lánguida como un reloj blando de Dalí. 

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Nunca me cansaré de la Tortilla de las Niñas por Sergio Vila-Sanjuán 

Mis padres nos llevaron a los cuatro hermanos a comer allí cuando llevaba pocos meses inaugurado; Morrosko debía ser apenas un bebé, con lo que sin duda aquella inmersión precoz influyó psicológica y decisivamente para que años más tarde dirigiera el periódico conmemorativo del 25 aniversario del restaurante, que también era el suyo.

Acudíamos bastante en familia en esa época inicial, y yo detecté rápidamente mi plato: la tortilla de las niñas, imbatible combinación de huevo, pollo y bechamel. ¿Cuántas habré ingerido en cinco décadas?

En los años ochenta el Flash Flash constituía un buen punto de aterrizaje, por sus horarios flexibles, para distintos grupos noctámbulos que entonces frecuentaba. Pero sobre todo me sirvió de espacio de encuentro con una de las personas que más me han influído en el plano cultural: el pintor Luis Marsans, con sus melenas plateadas, americana de terciopelo, largo foulard y bastón con elegante empuñadura, charla suave y algo gangosa, inmensos conocimientos y afinadísimos juicios sobre la vida y el arte. Marsans y su esposa Marta eran grandes habituales de la tortillería. Leo en el último libro de Óscar Tusquets que mi añorado amigo se limitaba allí a picotear patatas fritas, pero la verdad es que no guardo ningún recuerdo sobre lo que se llevaba a la boca.

El trayecto desde La Vanguardia hasta el piso de Balmes donde vivo me lleva ahora a pasar a diario frente al Flash Flash (y a detenerme a menudo en la acera de enfrente a saludar a alguien en la barra del Giardinetto). Me fascina la permanencia del interiorismo original, el gran respeto con que se conserva en una ciudad que se ha revelado tan destructiva con los locales históricos. Acudo a veces con mi mujer y mis hijos, la rueda de la vida gira sin cesar. Y pido una vez más tortilla de las niñas.

 


Tortilla de las Niñas. Fotos Lekuonastudio

Alfonso Milá, el discreto y esencial segundo plano

 

Si Alfonso Milá y Lepoldo Pomés no hubieran sido amigos, no existiría el Flash Flash. Si no les hubiera gustado viajar y comer bien, lo que para ellos significaba, comer sencillo pero con elegancia, tampoco.

El Flash tampoco hubiera sido lo que es si Alfonso Milá no hubiera sido el socio de Federico Correa, una alianza de arquitectos complementarios que trabajaron mucho y bien, especialmente en Barcelona. El local de nuestro restaurante es un claro ejemplo.

El proyecto salió de la cabeza de Federico pero fue Alfonso quien, no solo lo perfeccionó, sino que lo hizo posible.

Su obsesión, por ejemplo, con el ruido, le llevó a investigar todo tipo de materiales para que un techo tan bajo como el del Flash absorbiera el sonido de las conversaciones. El resultado es impecable. Se puede hablar sin alzar la voz.

Era un perfeccionista. Sabía que la excelencia está en los detalles. Y vivía sobre este principio, que le servía muy bien en su profesión de arquitecto, pero asimismo para afrontar las tareas más cotidianas. Quienes lo vieron hacer una tortilla francesa no olvidan la pulcritud con la que terminaba de envolverla sobre sí misma. La forma debía ser perfectamente ovalada y la superficie quedar libre de cualquier arruga o impureza.

Mientras Federico Correa diseñaba los proyectos, Alfonso los ejecutaba. Le gustaba pisar la obra y encontrar allí soluciones que en el papel no habían surgido. El estadio Olímpico Lluís Companys de Barcelona o el museo Episcopal de Vic, por mencionar, dos edificios, incorporan las aportaciones de Alfonso Milá con la discreción que él procuró mantener siempre.

Siendo una persona muy empática y bromista, un gran imitador de animales, prefería mantener siempre un discreto segundo plano, rodeado y protegido por sus familiares y amigos más íntimos. No buscaba del estrellato, sino todo lo contrario. Era feliz viendo desde un segundo plano como la vida giraba a su alrededor.

Gabo diciendo adiós, por Ignacio Martínez de Pisón

No recuerdo la primera vez que estuve en el Flash Flash, lo que quiere decir que forma parte de mi vida desde siempre, como los amigos antiguos o las costumbres a las que ya no renunciaremos. Cuando empecé a frecuentarlo, allá por los años ochenta, era muy consciente de que no mucho antes lo habían frecuentado los mejores escritores latinoamericanos, lo que te hacía sentir en conexión con lo mejor de la cultura en español (y sin duda mejoraba el sabor de las hamburguesas con alcaparras y las tortillas de bacalao). Creo recordar que Xavi Ayén reproduce en Aquellos años del boom una foto del matrimonio García Márquez en el Flash Flash.

Alfonso Milá, Cecilia Santo Domingo, Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha en Barcelona
Foto de Mercedes Milá.
 

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El álbum de Soria

Soria guarda en su casa de Esplugues un álbum con decenas de fotos, retratos de sus amigos, los clientes del Flash Flash.

Amigo y cliente son dos palabras que no suelen ir juntas, pero esta relación no es infrecuente en un restaurante. Es verdad que hay una relación desigual entre el que sirve y el que come, pero si la comida es buena y el ambiente es bueno es fácil que aflore la felicidad y, a partir de ahí, se consolide una relación cordial, incluso de confianza.

 

El álbum de Soria

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Bea Sarrias, retratista de edificios

Bea Sarrias no solo pinta edificios, los retrata. Hay una diferencia. El retrato, de alguna manera, intenta ir mucho más allá. No se limita a reflejar la superficie sino que persigue la esencia del sujeto, en este caso, del edificio.

En las pinturas de Bea Sarrias, los edificios tienen personalidad porque tienen luz. Ella cree que esta luz es una herramienta fundamental de la arquitectura y si ella retrata edificios es porque quiere pintar esa luz.

 

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El comedor de la familia Segura Campins

Puede que a muchos faranduleros les cueste creerlo, pero el Flash Flash siempre ha sido un restaurante familiar. Los primeros clientes fueron un padre y su hijo, que se sentaron en la barra y pidieron un refresco. Tortillas y hamburguesas son platos de fuerte satisfacción infantil, y por eso gustan tanto también a los mayores.

De las muchas familias que han hecho del Flash su comedor particular para celebraciones y reencuentros, hemos escogido a la Segura Campins, tres generaciones en una misma mesa.

Foto de Poldo Pomés

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Lara Zaballa - Tortilla de patatas

Los gallegos son unos maestros de la tortilla de patatas por dos razones, porque tienen talento culinario para sacar el máximo sabor a los platos más sencillos y también porque disponen de productos de primera calidad, en este caso, las patatas y los huevos.

La cocinera Lara Zaballa, del restaurante Norte, en Barcelona, nació en Vigo y allí aprendió a comer tortillas y empanadas. Le gusta que estén poco hechas pero que “no sangren huevo”. Utiliza patatas kennebec, si es posible, de secano para que no  suelten mucha agua, y las tiene confitando en aceite, a muy baja temperatura, durante una hora. Si se forma una costra de patata frita en la sartén, mejor que mejor.

Una vez hechas, escurre el aceite y mezcla las patatas en caliente con el huevo batido. La tortilla la hace en una sartén nueva y tiene un truco para darle la vuelta: la tapa que se utilice para girarla ha de estar un poco mojada.

 

 

Flash Film Morrosko Vila-San-Juan

El Mirador del Flash, la foto finish de 1995 

Morrosko Vila-San-Juan dirigió El Mirador del Flash, un periódico inspirado en La Vanguardia que el Flash Flash editó en 1995 y regaló a sus clientes y amigos con motivo de los 25 años del restaurante.
El reportaje principal del Mirador, que  firmó el propio Morrosko, explicaba una semana en la vida del Flash. Durante siete días, al mediodía y por la noche, se instaló en un rincón del restaurante a mirar y preguntar. Le tomó el pulso al local hablando con los clientes y el personal. El resultado fue “la foto finish de la Barcelona de 1995, una Barcelona todavía muy optimista y feliz”.

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Daniel, maestro de la luz

El logo del Flash Flash lo dibujó el gran realizador y productor de publicidad Francisco Daniel. Decimos dibujó porque está hecho con plumilla y tiralíneas, un trabajo de precisión con herramientas artesanales.

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