Cofradía de la Santa Tortilla por Víctor Amela
Una noche de los años 90, en un programa de televisión, el periodista Ramon Miravitlles entrevistaba a Néstor Luján, brillantísimo y cultísimo escritor y cronista gastronómico. El periodista invitaba al gran Néstor Luján a degustar ante las cámaras una tortilla recién hecha según sus propias indicaciones. Recuerdo que cada bocado de tortilla se deshacía en la boca de Néstor Luján, que la paladeaba con delectación. Ponderaba, casi en éxtasis, su viscosidad ”babeuse”, mientras un hilillo untuoso de huevo se escurría por la comisura de los labios. Se me hizo la boca agua. Ver gozar con tan detallada y sibaríticamente a Luján en sensual coyunda con su tortilla me hizo tortillófilo para los restos. Ponme una tortilla y detonará aquella expectacción de placer. El placer es una tortilla bien hecha, sabrosa, jugosa, mórbida, cálida como el pecho de una madre, lánguida como un reloj blando de Dalí.
Ante la orgiástica carta de tortillas del “Flash Flash” me siento catecúmeno de Néstor Luján y discípulo de la Cofradía de la Santa Tortilla. Repaso la gloriosa nómina de tortillas de este lugar mítico y entiendo que cada una explica una filosofía: hay tortillas socráticas, herméticas, heraclitianas, racionalistas, empíricas, platónicas, aristotélicas, liberales y marxistas. El universo puede explicarse en función del huevo amoldado a las geometrías del espacio, el tiempo y la gravedad, pero una gravedad casi ingrávida, de “2001, una odisea del espacio”: sentado en el “Flash Flash” eres el astronauta convocado por el monolito, pero el monolito es una tortilla a la francesa bien enrolladita.
“¿Y si montásemos juntos en Barcelona un restaurante de tortillas?”, se retaron Leopoldo Pomés y Alfonso Milá en la Nochevieja de 1968, cenando en Londres con sus parejas, Cecilia Santo Domingo y Karin Leiz. La leyenda sigue con Pomés fotografiando a su esposa Karin, figura ya eternizada en las paredes y fachada del “Flash Flash” desde julio de 1970. Y Barcelona fue, desde entonces, mejor.
Que otros honren aquí a los muy ilustres comensales que han desfilado ante las tortillas del “Flash Flash”, y que han dado lustre a la Barcelona que amo. Hoy yo quiero sólo honrar a la tortilla, y desde la palabra misma: “tortilla” es palabra perfumada, eufónica, cosquilleante, simpática, tierna y digestiva. Una palabra que ha sido también apellido: Rodrigo Tortilla se llamaba el ladrón del fetiche arumbaya del Museo Etnográfico de Bruselas, por capricho del gran Hergé (al pobre Rodrigo Tortilla nunca le vemos la cara en el álbum “La oreja rota”, lo asesinan antes en un camarote).
Entrad en los 50 años del “Flash Flash” y sus 50 tortillas, daréis con ellas la vuelta al cosmos y a todas las ideas. Hace poco me explicó el filósofo Emanuele Coccia que comer es un comercio secreto de luz, pero sólo lo entenderás bien si comes una dorada tortilla del “Flash Flash”. - @amelanovela
Tortilla Paisana. Fotos Lekuonastudio