El factor humano, por Llàtzer Moix

 

Llàtzer Moix - El Flash Flash está hecho de muchas cosas. De tortillas y hamburguesas. De timbales de langostinos y arroces melosos. De flanes y torrijas. Está hecho también del rojo de los aseos y las lámparas; del blanco de las paredes, los asientos, la barra o los taburetes. Está hecho de las fotos en blanco y negro donde Karin Leiz, al tiempo que posa para Leopoldo Pomés, fotografía con flash, o simplemente ilumina, a la clientela. A una clientela que acude para comer a cualquier hora, además de para ver y ser vista. El Flash Flash está hecho de todo eso. Y es ese todo el que lo convierte en un reducto único de la cultura pop, en un local que nació con vocación desenfadada y es hoy un clásico. Que acumula ya medio siglo de vida y luce el rostro terso, sin una arruga.

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Pau Solá-Morales, director de la escuela EINA

Yo soy de una generación más joven, los hijos de los hijos del baby boom, y a nosotros ya no nos apelan los recuerdos de los primeros días del Flash Flash. Si acaso, son los recuerdos de nuestros padres y tíos.

Con los años, a medida que aumentaba nuestro poder adquisitivo, hemos ido frecuentado esos locales y descubierto su grandísima calidad. Ahora, las sucesivas restauraciones y mejoras han ido borrando paulatinamente ese pasado. Pero a cualquier conocedor de las modas, el interiorismo y la cultura de los años 60, el local le recordara esos momentos de atrevimiento y modernidad, plasmados en los sofás y las mesas de fórmica blancas, y las fotografías de la pared. Me pasaría horas admirándolo...

No es un local cualquiera, y sigue teniendo mucho de esa modernidad, que sus propietarios han ido reforzando con un servicio y una comida simple y de calidad.  Esa es la marca de la casa.

 

El Flash Flash y otros pactos con el diablo

Por Joaquin Luna - Mi infancia no son recuerdos de un patio de Sevilla sino un puñado de lugares de Barcelona que por edad no me correspondía descubrir y a los que mi padre o mis tíos me llevaron por sorpresa. Lo que hoy diríamos “mágicos”, donde asomaba el mundo adulto. Uno fue el Gran Price, santuario del boxeo, donde con diez años asistí a una velada un sábado por la tarde con púgiles extranjeros “primera serie” -un cartel de postín, vaya-. La entrada en la sala oscura, ruidosa y el ring magnético bajo los focos, en un ambiente popular, fumador y masculino, fue inolvidable.

Del Gran Price ya no queda casi ni el recuerdo pero, en cambio, el Flash-Flash sigue tan encantado de conocerse a si mismo como la noche, pocos días después de su inauguración, a la que me llevó mi padre a cenar después de que mi hermano Miguel quedase ingresado en la Clínica Teknon por un ataque de asma, nuestra madre al lado. A una hora muy tardía –al día siguiente había cole- y por sorpresa –como los buenos reportajes y las mejores cosas de esta vida-, me tomé la primera tortilla en un ambiente en las antípodas del Price porque allí destacaban las mujeres hermosas, esas que uno persigue toda la vida con más entusiasmo que éxito. Fui, a los once años, un rehén feliz de mi padre.

-Esta chica es una modelo famosa.

Esa fue la frase cumbre que recuerdo –supongo que para que le oyera la modelo famosa y yo no me durmiese-, bajo una iluminación singular como la del Price pero dirigida al lucimiento colectivo y no al de dos tipos en calzones que se abrazaban sudorosos después de darse una tunda. Yo creo que sudar, lo que se dice sudar, nunca he visto sudar a nadie en el Flash.

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¡Si las paredes del Flash hablaran!

Por Margarita Ruiz - Entrar en el Flash Flash es como entrar en casa, con la ventaja de que siempre hay antiguas o nuevas caras amables que te observan, como si estuvieran esperándote para que formes parte de la familia flashera, discreta y variopinta. Da igual la hora, el día de la semana, el clima o la compañía con la que te encuentres: el blanco de paredes y muebles, más la exquisitez del personal te hacen sentir relajada y contenta. Años atrás, una de las cosas que más me sorprendía al entrar, es que Mister Soria siempre me indicaba la mesa en la que alguien me esperaba, sin decirle yo nada. Él siempre sabía quién iba con quién, con una especie de complicidad mágica incapaz de reproducirse en ningún otro lugar. Sabio Soria!!! le eché mucho de menos cuando de jubiló...

Me han ocurrido varias anécdotas entre sus paredes, después de 50 años de asistencia, primero con mis padres y hermanos, después con algún que otro novio y la mayoría de veces, con amigos de todo tipo y condición, porque el Flash es sobre todo, cosmopolita. 


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El fiel, amable y acogedor amigo Flash

Por Quique Sentís - Si, sin dudarlo, el Flash Flash es como esos amigos de la juventud (cuando se inauguró yo tenía 14 años) que nunca fallan. Puede que pases temporadas que los veas mucho y otras que los veas poco, pero en cada reencuentro tienes la sensación de que el tiempo se detiene y que la amistad que te une continua viva.

El Flash es fiel porque no engaña: sabes la carta que te ofrecerá y la comida, con pocas excepciones, es la que tu ofrecerías en casa para tu familia o amigos. Si esperas eso nunca te decepciona.

El Flash es amable porque el maître, los camareros y camareras están atentos y se interesan por ti, pero también porque cuando comes en él te provoca buen humor. Y el buen humor se contagia entre los comensales y la comida, como si quisiera participar de ello, es más sabrosa y apetecible.

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