¡Si las paredes del Flash hablaran!
Por Margarita Ruiz - Entrar en el Flash Flash es como entrar en casa, con la ventaja de que siempre hay antiguas o nuevas caras amables que te observan, como si estuvieran esperándote para que formes parte de la familia flashera, discreta y variopinta. Da igual la hora, el día de la semana, el clima o la compañía con la que te encuentres: el blanco de paredes y muebles, más la exquisitez del personal te hacen sentir relajada y contenta. Años atrás, una de las cosas que más me sorprendía al entrar, es que Mister Soria siempre me indicaba la mesa en la que alguien me esperaba, sin decirle yo nada. Él siempre sabía quién iba con quién, con una especie de complicidad mágica incapaz de reproducirse en ningún otro lugar. Sabio Soria!!! le eché mucho de menos cuando de jubiló...
Me han ocurrido varias anécdotas entre sus paredes, después de 50 años de asistencia, primero con mis padres y hermanos, después con algún que otro novio y la mayoría de veces, con amigos de todo tipo y condición, porque el Flash es sobre todo, cosmopolita.
He ligado, reído, llorado, leído, aprendido.. y sobre todo, hablado y comido mi tortilla mitad berenjena/mitad calabacín, con la que habitualmente me alimento, más pà amb tomàquet, jarrita de vino y tarta de queso. Aunque la carta se ha ido incrementando con los años, yo no he salido de mi ritual Flash, innovando poco mi menú.
Allí por los 90, en plena efervescencia olímpica, mientras yo tenía el cargo de Directora de Administración y Finanzas de Vila Olímpica, S.A., me llegué al Flash a comer después de una reunión en las oficinas de Port Olímpic, S.A. en la calle Tuset. Estaba sola en una mesa y al lado se sentaron dos personas (arquitectos o ingenieros), que empezaron a criticar las adjudicaciones de obras y contratos en los recintos olímpicos, poniendo "verde" a tutti quanti. Estábamos lo suficientemente cerca para que yo, haciendo ver que leía el periódico, pudiera escuchar todos sus comentarios y críticas. Dejé que se explayaran, lo que ocurrió fluídamente a medida que la jarrita de vino iba decreciendo.
Todo lo que decían era incierto y faltado de información veraz, y más bien parecía obedecer a alguna reprobación por no haber pillado "algún" encargo. Cuando hube terminado, pedí la cuenta, pagué, me abrigué, me levanté y deslicé en su mesa mi tarjeta de visita, ofreciéndoles todo tipo de información exhaustiva que les ayudara a hacer un análisis más real.
Se quedaron impávidos, blancos, desconcertados.... y yo salí pitando, riéndome sola. Son esas situaciones que no olvidas nunca y aún ahora, cuando estoy en alguna mesa cercana a otra, recuerdo que hay que ser muy discreto porque... Ay, si las paredes del Flash hablaran!!!!