El factor humano, por Llàtzer Moix
Llàtzer Moix - El Flash Flash está hecho de muchas cosas. De tortillas y hamburguesas. De timbales de langostinos y arroces melosos. De flanes y torrijas. Está hecho también del rojo de los aseos y las lámparas; del blanco de las paredes, los asientos, la barra o los taburetes. Está hecho de las fotos en blanco y negro donde Karin Leiz, al tiempo que posa para Leopoldo Pomés, fotografía con flash, o simplemente ilumina, a la clientela. A una clientela que acude para comer a cualquier hora, además de para ver y ser vista. El Flash Flash está hecho de todo eso. Y es ese todo el que lo convierte en un reducto único de la cultura pop, en un local que nació con vocación desenfadada y es hoy un clásico. Que acumula ya medio siglo de vida y luce el rostro terso, sin una arruga.
Pero, además de un espacio muy bien diseñado, el Flash Flash es también el equipo de profesionales que lo atiende, a cuyos miembros quiero dedicar esta nota. Por supuesto, los que se ocupan de la cocina y el mantenimiento, al otro lado de las puertas batientes que los camareros abren a puntapiés, y que tienen un ojo de buey para evitar colisiones. Pero también a los que atienden la sala y, enfundados en la chaqueta color champagne del maître o en la blanca de los camareros, reciben a los comensales, los acomodan en su mesa y les dan de beber y comer.
Este equipo es de una profesionalidad propia de tiempos pasados, de la época en que los camareros de los grandes cafés llevaban pajarita y mandil blanco hasta los pies. Pero, a la vez, cada uno de sus integrantes se expresa a su aire. Unos priman la formalidad. Otros manifiestan un carácter más desenvuelto, expansivo, como si el restaurante fuera también un teatro. Otros hallan un equilibrio donde conviven la contención, las maneras propias y un trato personalizado. Todos dan pruebas de buena disposición, cortesía y diligencia. Incluso cuando los clientes parecen ponerse de acuerdo un domingo para aparecer de golpe, a la misma hora.
La gran mayoría de los miembros de ese equipo llevan muchos años en la casa. Son, de hecho, su imagen viva. Su gran e insustituible factor humano. Viéndolos evolucionar entre las mesas, oyéndoles pasar discretamente órdenes a la barra –“¡un tercio!”-, o vociferar al darlas en la cocina, uno tiene la sensación de que juegan en casa. Y que de un modo natural contagian esta sensación a los clientes. A los que llegan por primera vez al Flash Flash. Y, claro está, a los que llevan tiempo frecuentándolo, han pasado allí horas felices y esperan seguir disfrutándolo muchos años.