Los buenos periodistas
Por Xavier Mas de Xaxás - Hubo un tiempo, mucho antes del confinamiento, en el que los mejores periodistas, husmeaban la ciudad a partir de locales y rincones muy bien escogidos. Recuerdo, por ejemplo, a Jaime Arias explicando sus inicios en el vestíbulo del hotel Ritz de Barcelona. Pagaba una propina al botones para que le avisara si veía algún pez gordo y la verdad es que pescó bastantes, tantos que acabó reuniéndolos en un libro que escribió con su colega Juan Sariol. Lo titularon Los vimos pasar y por él desfilan el nazi Heinrich Himmler, los duques de Windsor, el mariscal Pétain, y la familia Rotschild, además de numerosos espías y medradores.
A esta raza de periodistas, adictos a noticias con tramas y personajes, han pertenecido grandes escritores como Ernest Hemingway y Joseph Roth. En la Europa de entreguerras, a Roth también le gustaba frecuentar los vestíbulos de los grandes hoteles para sentirse millonario por una hora. “De vez en cuando -escribió en 1921 en el Neue Berliner Zeitung- me gusta pasar un rato en el vestíbulo del gran hotel en el que se alojan personas de países con divisas fuertes. (…) Allí se ofrece desde cocaína y azúcar hasta sistemas políticos, golpes de Estado y mujeres”.
Las ciudades languidecen cuando pierden estos vestíbulos y la gente que los frecuenta. Los periodistas se quedan sin las mejores historias. La actualidad se vuelve más gris y previsible. Ya no es tan necesario bajar a la calle, salir de pesca, ver qué se cuece. Basta con mirar la pantalla y poner un WhatsApp.
El pasado viernes día 3, Mercedes Milá, recordaba con un punto de nostalgia aquella época del periodismo vivo, inmediato e improvisado. “El periodista que no sea cliente del Flash no es un buen periodista”, dijo sentada en el restaurante de la calle Granada del Penedés, junto a Iván Pomés.
Lo dijo hablando con otros periodistas, durante una rueda de prensa con motivo del cincuenta aniversario del Flash Flash, del que es socia, junto a varias decenas de hermanos, primos y sobrinos. Hacía broma, pero no tanto. Quería provocar, pero tampoco tanto. Hablaba bastante en serio.
Hay restaurantes que hoy cumplen la función que antes cumplían los vestíbulos de hotel como lugar de encuentro de gente con poder. Suelen ser restaurantes de lujo en los que, sin embargo, abundan los comedores privados y un periodista no puede dejarse caer sin más.
El Flash Flash, sobre todo en 1970, era un restaurante asambleario. La distribución de las mesas y los sofás corridos favorecían que todo el mundo se viera y todos pudieran hablar con todos.
Fue el ambiente de tertulia desenfada y progresista lo que hizo triunfar al Flash Flash en 1970, y el viernes 3 de julio, bajo la dirección de Mercedes Milá, fue este mismo ambiente el que envolvió la conversación con la prensa especializada.
“Aquí se hablaba del divorcio cuando aún muchas parejas vivían como si estuvieran separadas pero obligadas a compartir techo. Y se hablaba de arquitectura, y de diseño y de literatura ”, reduerda Simeón Soria, maitre durante 40 años, en un artículo que firma Cristina Jolonch en La Vanguardia.
A Ana Luisa Islas, de ABC, le cuesta creer que “hubo un tiempo en que lo más canalla y rompedor que se podía hacer en la ciudad era comer tortillas, ensaladas y hamburguesas en un restaurante de un blanco impoluto, atendido por camareros clásicos, pero ¡sin manteles!”.
Este Flash Flash cincuentenario es hoy menos canalla que entonces. La ciudad, afortunadamente, tiene ahora muchos vectores de progreso social. Que siga en pie y cumpliendo su cometido de alimentar bocas, mentes y espíritus, es una proeza que a Jacinto Antón, de El País, le recuerda al príncipe Salina de El Gatopardo. Para él, el Flash es una versión en restaurante de este viejo príncipe que aún “es capaz de bailar con una jovencita sin perder el aplomo, la dignidad y la clase”.
En el centro de esta pista de baile, Antón coloca a Karin Leiz, cofundadora del restaurante, “una verdadera Mona Lisa de la modernidad de los setentas”. Su imagen como reportera ilustra e ilumina el local.
Rodeada de periodistas que querían saber cómo había sido la sesión de fotos que acabó con ella retratada en una pared, Leiz recordaba que ella no había sido la primera idea de Leopoldo Pomés, el fotógrafo, su marido, impulsor del Flash junto a su amigo Alfonso Milá. Pomés quería chicas sexys, con minifalda y bota de caña alta, pero Leiz le hizo ver que las reporteras no vestían así, sino con pantalón largo y cinturón bajo, y que ella, a pesar de ser madre de tres hijos y tener más de treinta años, daba más el tipo que esas modelos veinteañeras recién salidas de las agencias de la calle Tuset.
Leiz era una musa que el escritor Use Lahoz, también en las páginas de El País, vincula de manera indirecta con Susan Holmquist, la miss Naciones Unidas que en marzo de 1970, poco antes de la apertura del Flash, bailaba en Bocaccio y enamoraba a Joan Manel Serrat. Lo enamoraba tanto, que Serrat que le dedica una canción titulada Conillet de vellut, en la que promete ser mejor fotógrafo que Pomés para poder retratarla, y le da su número de teléfono.
El escritor Daniel Vázquez Sallés admira la atemporalidad del local, la luminosidad blanca, casi de sanatorio, y lo mismo hace la periodista Tana Collados, de TV3, al reconocer que “fue moderno para nosotros y sigue siéndolo para nuestros hijos”.
El Flash Flash fue pionero en ofrecer tortillas y también hamburguesas, como muy bien recuerda Pau Arenós en El Periódico. “Barcelona -escribe- fue pionera en la Burger al estilo norteamericano: Wimpy situó el primer local en La Rambla en noviembre de 1972, según una publicidad publicada en La Vanguardia en 1973 para anunciar el segundo en la calle Fontanella. Las otras franquicias extranjeras dispararon después. La liga local, representada por Pokin’s, despertó en 1979. Una década antes, Flash ya ponía en las mesas la hamburguesa homónima.”
Que el Flash haya sabido mantener este espíritu pionero y tan individual es lo que más valora Toni Vall, de Ara. “Mientras la personalidad de Barcelona agoniza, moribunda, azotada por la uniformidad de las franquicias, la colonización turística y los restaurantes fotocopiados, uno de los irreductibles que no se resignan a dejarse pisar cumple medio siglo de vida”.
Al final de sus largas y mal llevadas carreras profesionales, los periodistas de todas las ciudades del mundo que han salido a la calle a buscar noticias, a encontrarse con la vida en los vestíbulos de los hoteles caros y las barras de las cafeterías sórdidas, funden su personalidad con la de su entorno. No son más de lo que ven ni de lo que escriben, y estos locales, como el Flash, ocupan varias espirales en su complejo adn.