Flash Flash cumple 50 años
Una vesícula biliar y una tortilla para la nueva Barcelona.
Por Xavier Mas de Xaxás - El Flash Flash existe gracias a la vesícula biliar que atormentó a un joven Lepoldo Pomés. Si no hubiera padecido esta grave dolencia, que le obligó a un estricto régimen de alimentos hervidos, Pomés no hubiera sido un obseso de las tortillas. Los médicos le habían prohibido los huevos y casi todo lo que a él le gustaba.
La pena por transgredir era un cólico hepático. Pomés sufrió varios y malvivió bastante entre los 20 y los 35 años, hasta que un cirujano le arregló por dentro y volvió a amanecer.
La primera mañana del postoperatorio, Pomés lloró de alegría al ver que una enfermera le puso una tortilla en la bandeja del desayuno. Pensaba que se había equivocado pero las órdenes del médico eran muy claras. Estaba curado y podía comer lo que quisiera. Pomés nunca olvidó a aquella enfermera y tampoco la tortilla redonda, huntuosa, “de un amarillo brillante y prometedor” que se llevó a la boca. Su vida a partir de entonces se movió siempre entre el erotismo de las mujeres y las tortillas. Veía en las tortillas texturas y creatividades que tenían equivalencias con el cuerpo y la mente de una mujer.
Fue natural, por lo tanto, que un día le propusiera a su amigo Alfonso Milá abrir una tortillería, y a Milá, que admiraba al Pomés fotógrafo, la idea le pareció magnífica. Ninguno sabía nada de restaurantes pero la ignorancia es atrevida. Querían un local diáfano y cosmopolita, en blanco y negro, que transmitiera la atmósfera de modernidad que habían visto en sus viajes por Europa.
En la España de 1970 no había ningún restaurante moderno y, mucho menos, una tortillería. De hecho, en el mundo había pocos establecimientos dedicados a los huevos. Fuera de Japón era difícil encontrar restaurantes que hicieran buenas tortillas y, menos todavía, tortillas para comer y cenar.
Pomés siempre dijo que el Flash Flash fue la primera tortillería del mundo, que no había otra en ninguna parte. El restaurante, que abrió sus puertas, el 3 de julio de 1970
ofrecía todas las tortillas posibles. Había un centenar de opciones. También había hamburguesas por iniciativa de Cecilia Santo Domingo, esposa de Alfonso Milá, y un mostrador de ensaladas, idea de Karin Leiz, la mujer de Leopoldo Pomés.
Las hamburguesas estaban inspiradas en las que ofrecía el restaurante neoyorquino J.P. Clarke’s. Cecilia y Karin fueron hasta Nueva York para probarlas y ver cómo se hacían. Creían que era el complemento que necesitaba el Flash, igual que las ensaladas al gusto del cliente. Era muy frecuente en Alemania pero inédito en España que uno pudiera escoger los ingredientes y combinarlos a su gusto.
“Queríamos un restaurante donde se respirara mucha libertad”, recuerda Karin. “España era una dictadura en 1970 y entre los restaurantes de lujo, que eran muy serios, y las casas de comidas, más pensadas para alimentar el estómago que el espíritu, apenas no había nada decente. Flash Flash fue una revolución y la gente la estaba esperando”.
Pasqual Maragall, alcalde de Barcelona y presidente de la Generalitat, recordaba con motivo del 25 aniversario del Flash que “en la Barcelona de la dictadura y el aburrimiento había muchas Barcelonas desconectadas. Una estaba en la calle Tuset, donde había un lujo necesario”. Para Maragall, en el Flash Flash se unía el sueño y la realidad, la ambición de una Barcelona que durante 40 años había sobrevivido sometida al franquismo y que por fin empezaba a respirar.
Al periodista Josep Maria Sòria le sorprendrió que el local fuera tan blanco, limpio y luminoso “como una clínica”. El Flash, después de Bocaccio, que había abierto poco antes, era la primera expresión de una Barcelona “que empezaba a salir de la negra noche”. “Hasta los años sesenta -recuerda Sòria-, la alegría la habían monopolizado los ganadores de la guerra civil, los Rigat, Bolero, Rio y Casablanca, entre otros. El Flash y Bocaccio rompieron ese monopolio. Hasta entonces, los hijos de los perdedores apenas se habían atrevido a sacar la nariz del portal de su casa”.
Junto al Flash Flash y Bocaccio surgieron otros locales de libertad y diversión nocturna como La Cova, Nostre Mó y la Gàbia de Vidre, y se revalorizaron otros como el Barcelona de Noche, el Jazz Colon, los Enfants Terribles y el Villa Rosa.
La gran novedad que aportó el Flash Flash fue el diseño, una oferta gastronómica muy original y el ambiente.
Milá y Pomés aplicaron en el Flash Flash el concepto de los restaurantes de comida rápida, que en España no existían, y lo elevaron a una categoría mucho más refinada. Federico Correa creó un espacio blanco y diáfano con sofás corridos y mesas de fórmica. Las paredes se decoraron con reproducciones fotográficas de una reportera. No había ningún otro restaurante que se hubiera atrevido a ir tan lejos.
En Flash Flash no había manteles, pero las servilletas blancas de algodón eran muy grandes. La cubertería de acero, la cristalería fina pero sin adornos, los camareros con chaqueta y pajarita aportaban la elegancia propia de un restaurante de lujo. La comida, por el contrario, era sencilla y desenfadada. Estos principios se han mantenido hasta hoy.
Pero el Flash Flash no hubiera sido nada sin las personas que se sentaban en sus bancos y mesas blancas. Josep Maria Sòria considera que “la novedad más destacable del Flash era el carácter asambleario que le confería la distribución de las mesas y los asientos. Esta manera de concebir el local permitía, hasta a los más apocados e indolentes, poder iniciar una conversación con los vecinos de mesa sin más barreras que la timidez o el sentido del ridículo que tenemos los catalanes. Este diseño, además de ser una gran novedad, era un gran qué”.
A estas asambleas tortilleras acudían fotógrafos, diseñadores, arquitectos, modelos, escritores, músicos y gente de teatro. El escritor Enrique Vila-Matas recuerda que entró por primera vez para refugiarse de un aguacero y se fue la luz y mientras esperaba que volviera se bebió cuatro pernods. Las velas iluminaban la barra, ambiente muy propicio para las conversaciones clandestinas, en voz baja, tan frecuentes en aquella época.
“Decían Flash-Flash como si le dieran la vuelta a la tortilla de un solo huevo -escribió en Mirador, el periódico que conmemoró el 25 aniversario del restaurante-, la tortilla franquista, que tanta cara tuvo siempre de huevo invertido”.
Cuando la tormenta amainó, Vila-Matas recuperó el equilibrio a pesar de haberse bebido siete pernods y salió a la calle. Entre tanto, se había comprometido a participar en un encierro en Montserrat para protestar contra el juicio de Burgos. Fue detenido y dos días después perdió su empleo en el Ayuntamiento. Esta experiencia le enseñó que “cuando se entra en un local, incluso si éste es el bar del asilo, uno no debe correr riesgos gratuitos o, lo que es lo mismo, no es preciso pensar en tomar un pernord y menos aún dirigirse a la barra. Nada de complicarse la vida. Lo mejor es lo que hago yo. Hoy en día, encuentro un placer infinito en buscar una mesa, sentarme, y pedir una sencilla, modestísima, entrañable tortilla”.